Algo que nos puso de frente la pandemia es el dolor. El dolor por las distintas pérdidas que todos estamos atravesando.
Ante esta confrontación amanece el desafío y la oportunidad de preguntarnos ¿qué vamos a hacer con este dolor?. Nos hemos educado en una cultura negadora del dolor. Evitadora serial del dolor. Donde la premisa es ser feliz a toda costa y esto es lo único que cuenta. Así que, vivimos rechazando las experiencias dolorosas de la vida y sin poder ver que son la fuente de la cual brota el desarrollo y el crecimiento humano.
¿Qué vamos a hacer esta vez con el dolor?
¿Cómo lo vamos a esconder debajo de la alfombra siendo tan inmenso, tan extraordinario, tan global?, en definitiva tan humano.
El desafío se extiende desde lo general a lo particular.
El desafío es hoy para los pueblos, las sociedades, las comunidades, las familias de escuchar el dolor.
¿Qué es escuchar el dolor? Es escuchar las pérdidas, la muerte, las separaciones, los cambios, la enfermedad, el hambre, la soledad, la incertidumbre, la inseguridad, la desesperanza, el vacío, la tristeza, el miedo, la angustia, la ansiedad, la bronca, el sin sentido, la desesperación, el terror, el vértigo…
Excluir el dolor de la vida deja un vacío lleno de sufrimiento.
Generar educación emocional es hoy un valor de salud. Es necesario aprender la escucha respetuosa, activa y sin juicios para ser tierra fértil para una nueva humanidad luego de esta pandemia.
La presencia congruente, la aceptación, la empatía profunda y la compasión son competencias del corazón que urgen desarrollar.
El dolor nos desafía en la falsa percepción de separación entre los seres, en el egoísmo, el apuro y el exitismo de una vida desnutrida de vida.
El dolor desafía a los condicionamientos añejos, creencias y frases dichas en el duelo, clichés e hirientes.
El dolor desafía a los silencios familiares que se arrastran de generación en generación en duelos congelados y muertos con el alma en pena.
En otro orden y no menos desafiante sucede el desafío de quienes acompañan los dolores por las pérdidas.
¿Podrán sostener el cuerpo y el alma abierta para recibir el dolor de l@s sufrientes?
¿Sabrán el valor que tiene simplemente abrir el espacio respetuoso para que el dolor sea llorado?
¿Sabrán que solo ofrecer la presencia testigo, amorosa y compasiva es suficiente para sentirse sostenidos por la vida, seguros y hermanados?
¿Tendrán sus heridas lo suficientemente vendadas para salir al encuentro del otro?
¿Estarán amigados con sus miedos?
¿Se habrán preguntado por la muerte?
¿Se habrán dejado amar por la vida toda?
Escuchar el dolor impacta en nuestras propias heridas, las heridas sociales, las heridas personales… y de herida a herida sangramos más. Y siendo negador de mis heridas sólo te puedo dar lecciones huecas desde una falsa superioridad, quitándote tu propio poder y fuerza para parirte a la vida.
Y el desafío más difícil es el del doliente escuchando su propio dolor…
Ante el dolor por las pérdidas profundas corremos el riesgo de identificarnos, siendo todo dolor -sin dejar lugar a la esperanza y la vida- o lo evitamos, hipotecando nuestro futuro al acecho del dolor no escuchado. No es fácil escuchar el dolor cuando nos han condicionado a lo contrario. No es fácil validar la propia experiencia cuando no confiamos en ella. Cuando no confiamos en nuestra propia y sabia naturaleza humana.
El desafío de escuchar el dolor nos convoca a “volver a casa”. Nuestro ser humano que necesita ser escuchado, aceptado, respetado, acunado, cuidado.
Escuchando y atendiendo nuestras necesidades de “estar en casa” – habitando y permaneciendo con la totalidad de la experiencia del Ser – aprenderemos lo sagrado del respeto por cada experiencia personal y humana.
El mayor desafío del dolor es dejar que EL DOLOR SEA DOLOR en libertad y aprender a confiar en la sabiduría de la vida.
Mabel A. Weiskoff