Por Shinan Naom Barclay
No hace mucho tiempo, en un pacífico lugar del mundo, vivían Anucktoovick y su esposa Koyucktuck. Durante muchos, muchos años, la tierra del fértil valle de Matanuska había sido su hogar. Y antes de ellos, el pueblo de sus padres y sus abuelos había pescado, cultivado cazado a orillas del gran río.
Enamorados desde su infancia, Anucktoovick y Koyuctuck habían seguido los caminos del Gran Espíritu. Viviendo con los ciclos de la Madre Naturaleza, eran sabios administradores del suelo y la vida silvestre que la tierra albergaba. El paso de muchas estaciones había grabado recuerdos en su corazón, sabiduría en su espíritu y dejado escrita su historia en profundas líneas sobre sus caras. Desde el amanecer de su amor hasta el ocaso de su vida, Anuck y Koyuck habían sido bendecidos.
Pero ahora en el crepúsculo, Anuck ya no se movía con el paso liviano y rápido de un león en la montaña. Y Koyuck que alguna vez había bailado con la gracia de una gacela de cola blanca, ahora andaba lentamente, como las tortugas del bosque.
Después de terminar sus tareas cotidianas, ambos seguían el sendero del bosque hasta la margen del río. Juntos o separados, observaban las corrientes de agua que fluían llevando de vuelta todo sedimento hacia la Gran Madre Mar. Como el útero acuoso del cual un día habían amanecido a este mundo provenientes del Gran Espíritu, en el ocaso de sus vidas su cuerpos serán colocados sobre un jergón ardiendo, y conducidos como sedimento del río, hacia la unidad con la Gran Madre Mar, de la cual provenían.
Un anoche, durante el ocaso, Anuck se sentó y permaneció como una silueta fantasmal contra la plateada cinta ondulante del río.
-Viejo, ¿estás dormido? Estabas tan quieto que pensé que el Gran Espíritu te había llamado a casa.
-aún no, mi querida amiga y esposa- contestó él en un susurro. Tomándole la mano, la acercó a su lado sobre el tronco en que estaba sentado. Con lágrimas en los ojos la miró y le dijo suavemente,- mi tiempo de partir se acerca. Puedo sentir al Gran Espíritu llamándome a casa.
Koyuck apoyó su mano arrugada sobre la curtida mejilla de su esposo.
- ¿Cómo sabes que el Gran Espíritu te esta llamando, mi amor?
-Se que me está llamando porque el canto de los pájaros llega suave a mis oídos como si los escuchara a través de una densa niebla. Sé que el Gran Espíritu me llama porque cuando miro al horizonte, los rebaños de caribú y alces se desvanecen en una sola forma como una charca enturbiada después de una tormenta. Sé que el Gran Espíritu me llama porque siento la piel de la Madre Tierra bajo mis pies como si caminara sobre punzantes guijarros. Sé que me llama porque a veces, mi corazón late con violencia dentro del pecho como si persiguiera a un gato montés escalando una escarpada montaña, y a veces mi aliento es tan dificultoso que pienso que el Gran Espíritu ya me ha llamado y esto que permanece es sólo una cáscara de carne. Puedo escuchar al Gran Espíritu llamarme de muchas maneras. Escucho su voz en el viento, en mis sueños, en mis visiones, en las cosas que conozco. Y pronto, vieja, será tiempo de decir nuestros adioses.
Después de un largo rato de silencio, la anciana habló:
-Queridísimo esposo, ambos somos ciertamente afortunados de tener tiempo de decir nuestros adioses. El Gran Espíritu parece llamar a muchos con la rapidez del latir de las alas de una mariposa, y todos sus adioses se quedan sin pronunciar. Algunos son llamados una y otra vez, pero están demasiado lejos del Espíritu y demasiado temerosos de decir sus adioses y en su temor se aferran a la vida más allá de la alegría de vivir, hasta que son solamente un despojo de huesos. Pero he observado a otros decir sus adioses con cada caída del sol, sin dejar nada pendiente para mañana. Cuando el Gran Espíritu los llama son libres para partir y se van bellamente como fuegos bailarines, cabalgando en ligeras alas de humo hacia el Mundo del Espíritu.
- Si- dijo el anciano-.Esos son los sabios. No guardan ninguna carga de la vida en sus corazones. Para irse con gracia y belleza al Mundo del Espíritu las memorias de nuestro corazón deben pesar tanto como una pluma. Sin embargo, cuando examino mi corazón, muchas de esas imágenes son pesadas y duras como rocas, y los recuerdos que danzan en mi mente esconden tristeza, ira y dolor. Si sopesara mi corazón con una pluma, sería arrastrado con pesadez hasta el fondo del pozo más profundo y oscuro, en lugar de remontar vuelo en las alas de un águila hacia el mundo de los rayos dorados del sol.
Al día siguiente el anciano le dijo a su esposa: “No prepares a partir de ahora más carne para mí. Sólo comeré avena y sopa”. Dicho esto, mandó anunciar a sus hijos, hijas y vecinos, amigos y antiguos enemigos, que le había llegado la hora de decir adiós. Era tiempo de limpiar la memoria de su corazón hasta que estuviera fresca y clara como el agua de un manantial.
Cada día a Anuck, se sentaba con un ser querido en sagrada ceremonia, hablando, compartiendo, perdonando. Se reunían junto al arroyo del bosque y dejaban que sus recuerdos burbujearan hacia la superficie. Dejaban que sus corazones expresaran todo lo que yacía enterrado en ellos. Y haciéndolo, lavaban sus espíritus. Mientras quemaban maderas aromáticas, cada cual ofrecía plegarias de perdón al Gran Espíritu que habita en todos los seres y en todas las cosas.
A cada persona que se sentaba con él junto al arroyo, el anciano pedía en un susurro:”Por todo aquello que hice y que no hice te pido perdón” Y a menudo se abrazaban y lloraban juntos hasta que ya no quedaran mas lágrimas que llorar. Y cada uno le fue diciendo a Anuck "Por toda la sabiduría y las lecciones que me enseñaste, ayudándome a ser fuerte, valiente y seguro, te doy las gracias” Luego, cuando sólo quedaba gratitud y paz entre ellos, reían y reían juntos hasta que ya no quedara más risa. Finalmente, cuando la imagen de su corazón era ya liviana como una pluma, se abrazaban con un adiós diciendo: “Que el Espíritu te acompañe en todos tus caminos, Kagatoe, Paz”
Después de que todos los familiares y amigos que quedaban sobre la Gran Madre Tierra hubieron terminado, él le dijo a su esposa:
-Koyuck, hay seres queridos que han partido al mundo del Espíritu pero que aún viven en mi corazón, y debo decirles adiós a ellos también.
Entonces salió una noche estrellada, y se sentó en la ladera de una colina. Mirando el cielo, eligió una estrella radiante que le recordara el alma-espíritu de todos los seres queridos ya idos. Y allí dejó fluir su corazón hacia esa estrella, derramando todos los recuerdos de palabras y sentimientos no expresados, que aún se demoraban en las sombras de su corazón. Luego, en la quietud de la noche, Anuck dejaba hablar a esas almas- espíritus en los espacios abiertos de su corazón. Y esa gran distancia que se había establecido entre ellos durante tanto tiempo pareció disolverse, como si se encontraran ahora en un abrazo amoroso. En los días y semanas que siguieron, Anuck dijo sus adioses a todas las criaturas de esta Tierra Madre que él había venido a amar.
Caminaba lenta y reverentemente alrededor de su granja, agradeciendo a cada animal, pájaro, insecto, a cada árbol y cada piedra por sus regalos especiales. Caminaba a la orilla del río cantando alabanzas a los sapos, los peces, y los espíritus del agua. Caminó también por las colinas, llamando a las montañas, al viento, al cielo. Esperó que saliera la luna y las estrellas, agradeciéndole a cada cual sus regalos.
Luego volvió a su casa, y se sentó junto al fuego de la cocina. Allí rezó agradeciéndole al espíritu del hogar y de la leña que habían mantenido abrigada y protegida a su familia por muchos inviernos. El fuego bailó y brincó en respuesta a sus plegarias.
Cada mañana Anuck se desembarazaba de algún otro estrato de memorias que lo mantenían aferrado a la tierra. Finalmente se deshizo de sus posesiones.
Le dio sus caballos a aquellos de sus hijos que amaban a los animales y conocían su magia. Regaló sus tambores a aquellos de sus hijos que amaban la música y conocían su magia, y luego regaló el cuidado de sus frutales y de su jardín a sus nietos para que ellos pudieran trabajar en armonía con la Naturaleza, proporcionar alimento a sus familias y saborear los dulces ciclos de la vida.
Por último, se despidió de su esposa. Juntos, Anuck y Koyuck recogieron hierbas y menta dulce. Se restregaron mutuamente los cuerpos con las hojas machacadas de las hierbas y orando al Gran Espíritu, rogaron que todos los lazos terrenales entre ellos se cortaran y fueran arrojados a su Fuego Purificador. Quemaron las hojas de hierba y menta y una dulzura impregnó el aire. Fumaron la pipa juntos he hicieron el sagrado viaje de ir y venir, atar y desatar, como era la costumbre. Después de su ceremonia Anuck dijo:
-Koyuck, no me prepares más avena y sopa. De ahora en adelante, sólo comeré caldo, té o jugo de fresas.
Pronto todos sus adioses ya habían sido dichos. Las imágenes de su mente danzaban en luz y ya no quedaban lugares de piedra en su corazón. Se encontraban libres de tristezas, dolor y enojo. Todos sus recuerdos pesaban lo que una pluma, y él estaba lleno de gratitud para con su vida. Entonces dijo a su esposa: -No me prepares más caldo, té ni jugo de fresas, porque en adelante sólo tomaré agua de lluvia fresca, bendecida por los Hacedores de la Niebla.
Anuck mandó llamar a la partera que ayuda a nacer a las almas al mundo del Espíritu. Entonces se acostó en la cama. Durante tres días la partera espiritual bailó alrededor de su cama, cantando” Una kant por chuna. Una kant por chuna, Anuck, es tiempo de soltar. Entrega tu cuerpo al Guardián del Espíritu. Es hora de seguir a tu espíritu hacia la luz.”
Movía sus manos y sacudía cascabeles de colores sobre su vientre, su corazón, garganta y cabeza. Sobre cada uno de estos centros espirituales decía: “Una Kant por chuna, Anuck, es hora de dejar tu forma terrenal.” Koyuck, lavaba y aceitaba el cuerpo de su esposo “Oua, Iowa, Ulloa, mía, amar…”
Suavemente cantaba canciones de amor a Anuck, canciones de amor que él le había cantado muchas veces. Las lágrimas no dejaban de fluir de sus ojos y caían por sus mejillas hasta alcanzar también la cara de su amado. Le dio un beso de amor susurrando muy queda:”Una Kant por chuna, Anuck, ha llegado la hora de soltar”.
Sus hijas golpeaban con gentileza los brazos y piernas de su padre.”Oua wa baba…” le cantaban dulces canciones de cuna, las mismas canciones que el le había cantado cuando las mecía en sus brazos. Le dieron un beso de adiós cantando “Una kant por chuna, Papá, es hora de soltar”.
Al tercer día el Espíritu del anciano comenzó a abandonar el cuerpo. Grito: ¡Mamá, papá! Por última vez, Anuck, abrió los ojos, sonrió débilmente a su familia reunida alrededor de la cama y susurró maravillado:
-Han venido por mí. Mamá, papá han venido a llevarme a casa.
Y entonces su familia vio una brumosa espiral blanca de luz que salía de su cabeza, giró en el aire, se detuvo un momento. Y sin un sonido desapareció a través el techo sobre su cabeza.
-El espíritu de Anuck se ha ido a casa- dijo la partera-Sólo queda aquí su vasija terrenal vacía.
Sus hijos, nietos y biznietos juntaron ramas secas del suelo del bosque. Construyeron una balsa de troncos junto al río. Con flores silvestres de los campos, con canciones y lágrimas. La familia y los amigos dijeron adiós a la forma que se había movido y bailado unida al espíritu de Anuck. Luego ofrecieron esa forma vacía al espíritu del fuego.
La balsa de troncos se alejó río abajo con su cola de fuego hasta que el cuerpo de Anuck, las flores y ella misma no fueron más que cenizas. Y el espíritu del río continuó llevando las finas partículas de polvo a reunirse con la Gran Madre Mar.
Anuck fue llorado y extrañado. Muchos se entristecieron con su ausencia. Para algunos las lágrimas caían como lluvia. En otros brotaban gemidos de trueno. Pero las lágrimas de su familia se deslizaron como gotas de rocío resbalando de los pétalos de una rosa temprano en la mañana. Sabían que su abuelo, había sido un hombre gentil, bueno y sabio.
Con el correr del tiempo, después del dolor, las lágrimas y la tristeza, una profunda paz fue ocupando el lugar que Anuck había dejado en sus corazones. La ancestral sabiduría y conocimiento de su pueblo se agitó en sus almas. Cada uno supo en su interior que el anciano seguía viviendo en el Mundo del Espíritu; que la muerte era solamente un cambio de forma, un pasaje a otros reinos y que la vida es eterna. Sabiendo esto, en las fiestas y celebraciones familiares Anuck fue siempre recordado y honrado. Junto con sus otros ancestros era invocado para que desde el Mundo del Espíritu se sumara a la alegría y a la celebración.
En sueños, Anuck regresaba a los más jóvenes, y les traía historias con enseñanzas y canciones. Historia que las siguieron contando toda su vida. Historias que los mayores y los seres queridos contaron y cantaron en celebraciones y ritos de pasaje.
Tanto en aquellas historias como en esta, el espíritu de Anuck permanece vivo, guiando y enseñando. Tal como la vida toda.
Cuento extraído del libro, El buen morir, Hugo Dopaso (2005) ed. Deva’s.