Cuando atravesamos el proceso de la aflicción, en nuestra experiencia del adiós nos llega el momento de avanzar, de permitir que nuevas melodías broten en nuestros corazones. Cada uno necesita un tiempo para que esto suceda. Para lo que uno necesitará varios años, otro lo puede lograr en solo unos pocos meses. No podemos hacer comparaciones porque todos somos seres únicos. Empero, seguir avanzando debe ser el motivo principal de nuestro viaje hacia la plenitud. El momento de seguir avanzando es el de regresar a la vida, de recuperar nuestro dinamismo interior, nuestro entusiasmo y nuestro deseo de enfrentar los asuntos de la vida. Por lo general, el comienzo del desplazamiento se produce muy lentamente. Pueden pasar días, y meses, en los cuales se experimente un cierto afán, o simplemente un dejarse llevar: algunos descubren este período de tiempo como subsistencia o de deslizamiento. Chispazos de esperanza vuelan ocasionalmente a través de nuestro espíritu, como las luciérnagas en una noche de verano. Nos sentimos fugazmente bien; sentimos un poquito del regreso a la morada de nosotros mismos, y luego la sensación vuelve a desaparecer. Así, pues, lentamente vamos retornando a la vida; una nueva región se revela ante nosotros. Experimentamos una apacible resurrección. Por último, va creciendo en nosotros el deseo de seguir avanzando. La vida jamás volverá a ser lo que fue, porque nosotros hemos cambiado. El primer brotecito verde se ha abierto camino a través del oscuro suelo.
Del libro: Orar nuestros adioses. Joyce Rupp
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